¿Te has preguntado
alguna vez qué se puede hacer cuando nada te indica lo que debes
hacer?
Miro a las vías cuando
llega el tren. Todas y todos lo hacemos. Por mucho tiempo que
llevemos aquí, por muy acostumbrados o acostumbradas que
podamos llegar a estar con la frecuencia. Lo hacemos porque estamos
esperando para echar una mano, para indicar a las personas que van
montadas en La Bestia que las esperamos, que tienen un espacio para
ellas, que van a estar seguras y cuidadas con nosotras y nosotros.
La gente mira cómo
pasan. Escucha el sonido del tren al frenar y recular. Se impacta con
la imagen de los vagones repletos de personas encima de ellos. Los
diversos modos de bajar de allí por mucho que indiquemos que esperen
a que pare totalmente, por más que indiquemos que llega el retroceso
y les puede matar.
Yo con el tiempo miro más
allá. Más adelante en el tiempo. El momento posterior a total
desembarco del tren, si la palabra desembarco se puede utilizar para
tan demoniaca máquina. Cuando han bajado todas y todos. Los
instantes posteriores a cuando se aproximan al albergue los que saben
dónde estamos o las que han oído nuestra llamada. El breve espacio
de tiempo tras la desaparición de todas y todos, bien en el
albergue, bien tras sus guías y polleros, que tan sorprendentemente
rápido se va. Se van y desparecen todas y todos. Pero siempre hay
indecisos e indecisas. Siempre hay personas que bajan del tren y que
nadie “vela” por ellas. Usualmente hay grupos pequeños, tríos o
parejas a las que nadie parece hacer caso. Esos grupitos que no están
conducidos por las mafias y que no saben que existe el albergue o no
se fían de nada. Es bueno no fiarse de nada en este viaje. Toda
precaución y desconfianza son pocas. Son esos grupos de personas que
se bajan del tren y no saben si vienen o si van. Si es mejor estar o
si realmente son conscientes de que ya no son para casi nadie. Hay
quién los llamó “Invisibles” como a todas y todos los que hacen
el trayecto migratorio. Son los que últimamente más me llaman la
atención. Esas personas que necesitan que alguien, sin que les
transmita desconfianza o miedo les indique dónde ir y qué hacer. Al
menos hasta la próxima salida del tren. Hasta que el destino elegido
les marque terriblemente los ritmos. Posiblemente pocas horas
después, aunque eso nunca es del todo seguro.
Como tantas cosas que
vemos por aquí, tienen su reflejo en la sociedad tan lejana desde la
que hemos venido. Un reflejo deforme, injusto e incluso esperpéntico
a lo Valle Inclán Style. Personas que se apean del bus en una
terminal de autobuses de una gran ciudad sin saber por dónde queda
la salida, anestesiados pasajeros de un avión recién aterrizado que
no encuentran dónde recoger su equipaje, turistas en un suburbano
que no sospechan qué dirección tomar para que la salida les deje
frente a su monumento o atracción buscada.
Volví por allí hace un
tiempo. En esos momentos tuve la tentación de dar la mano a muchas
personas. Agarrar la mano y con la mayor de mis sonrisas y el más
grande de mi cariño invitarlas a acompañarme al mejor de sus
destinos. Pero no lo hice. Afortunadamente. Creo que me hubiera
ganado más de un disgusto, algún porrazo o búsqueda de excusas
ante alguna autoridad. El mundo no está preparado para que yo vaya
ofreciendo tomar de la mano a nadie. Nadie necesita una mano como la
mía para salir de su despiste. Mi mano está inmersa en una sociedad
que controla su acción hasta esos límites.
Al volver por Ciudad
Ixtepec es aún peor. Si me acerco a ofrecer la mano a alguna persona
que baja perdida del tren, que no sabe si viene o si va, seguramente
salga huyendo de mí. Puede creerme un agente de migración, un
atracador, un narco, un marero o un proxeneta blanquito con mucha
plata.
No hago más que mirar
cuando el tren está totalmente parado y todo el mundo ha descendido.
Mis compañeras y compañeros ya están activos recibiendo a todas
las personas que llegan al albergue y se retiran como si no hubiera
más que ver en esa llegada de La Bestia. Yo sigo observando en la
distancia a los grupitos que bajaron y ahora no saben si vienen o si
van. Me guardo las manos en los bolsillos para no tener tentaciones y
para que no actúen solas. Me siento un tullido más, cerca de unas
vías que han mutilado a tantos. Pero sé que es una amputación
moral, fruto del mundo en el que vivo. Soy consciente de que en
cualquier momento puedo mirar a otro lado y agarrarte a ti la mano y
llevarte a dar un paseo por donde los dos queramos ir. Aunque nunca
será lo mismo tras haber visto todo esto...
Nota del Editor: Hoy es
20 de Junio. Día Mundial de los Refugiados. Viendo la realidad de
primera mano, aquí en el Albergue Hermanos en el Camino, nos dan más
ganas que nunca de seguir dando la mano a tantos y tantas que lo
necesitan. Desgraciadamente sólo tenemos cinco dedos y uno de ellos
está ocupado haciendo una peineta a un mundo tan injusto como éste,
que permite que muchas personas tenga que huir de sus lugares de
origen y pedir asilo y refugio, simplemente para poder vivir. Se
necesitan más manos, muchas más...
No hay comentarios:
Publicar un comentario