Se parece a Craig Hodges.
Aquel jugador de los Chicago Bulls que pasó a la historia por ser un
triplista consumado. Ganó tres concursos de triples de manera
consecutiva, cosa que sólo había conseguido el gran Larry Bird,
1990, 1991 y 1992, logrando enchufar hasta diecinueve triples consecutivos en el concurso del 91, lo que es un récord aún
vigente. Fue apartado de la competición por sus ideas musulmanas,
según contaba. Llegó a ser tan relevante como triplista que hasta
llegó a competir en un concurso sin camiseta de equipo al no
pertenecer a ninguno, pero no creo que este sea el lugar de hablar
del bueno de Craig, que últimamente va y viene con Denis Rodman a
hacer sus bolos por Corea del Norte.

Todo esto va de mi
tendencia a encontrar a la gente parecidos poco razonables y con
personas extrañas. Todo es por partir de algún sitio. Podría
partir de cuando Craig (le llamaremos así aprovechando mis
tonterías) miraba mi pc aburrido, para ver qué hacía, y le propuse
que me contara alguna historia y dejaría lo que estaba escribiendo
por él. Empezó rápidamente a narrarme la historia de un hondureño
que con cien lempiras apareció en la frontera entre Guatemala y
México con todas las dudas del mundo sobre si debía continuar su
viaje. Le daba miedo todo. En ese momento fue consciente. No tenía
nada claro. Seguir o regresar. Conformarse o luchar. Tiempo antes
había decidido poner rumbo a EEUU. Como tantos otros, con la cabeza
llena de ilusiones y propósitos. Pero tuvo miedo. Dudó. Era tanto
lo que sabía de lo duro, difícil y peligroso del camino, que dudó.
En ese momento lo paré.
Me estaba escribiendo él la historia. Me estaba contando un cuento.
Le propuse que me contara más, que platicáramos y yo haría la
historia.
- Pero no me venderás a
los zetas, ¿No? - me dijo.
- No. No me gusta hablar
con los zetas. Yo también tengo que perder con ello. Todo lo que
escriba no se sabrá que eres tú. Sólo tú y yo. Y podemos contar
sólo lo que tú quieras que contemos.
Mentí.
Le invité a un refresco de durazno y le prometí cigarros para
hablar con tranquilidad. El durazno es como el melocotón en España.
Por aquí se toman muchos jugos de muchísimas frutas. La única
diferencia es que el jugo más puro que hemos encontrado tiene un 16%
de zumo de la fruta. Lo demás son refrescos
azucarados. Incluso el de 16%. Esta, junto a las Coca-Colas de dos
litros y medio y la tendencia a tomar taxis para recorrer doscientos
metros, son mis aportaciones a la explicación de la obesidad mórbida
que sufre un altísimo porcentaje de la población mexicana.
(Nota mental: Dejar de
dar tantas vueltas a las cosas y centrarme en contar las historias
tal y como se debe, sin buscar parecidos razonables o razonamientos
sobre azúcares y masas corporales)
La historia continúa
cuando se detuvo en Tecún Umán, en la frontera de Guatemala con
México. Se encontraba indeciso por tantas circunstancias que
marcaban su vida. No hacía más que plantearse si regresar o seguir
su viaje. Por muchas cosas. Por lo peligroso. Porque le daba miedo
tanto que hablaban de los zetas. A pesar de ser un luchador nato.
Antes de emprender el camino peleó por sus tres hijos. Ahora tiene
que ayudarles. Y a su mamá. La madre de sus hijos ya no está. No
quiere hablar de ella. Peleó por tenerlos y ganó a nivel legal.
Ella se iba al camino malo, con otra persona. Por eso cosiguió
tenerlos. Por ellos siguió y sigue peleando.

Empezaron el viaje y en
Comaztitlán los asaltaron. A punta de machete y pistola. Pero
siguieron. Eso no es raro. Lo raro es a quien no lo asaltan. Esa es
la rareza. Siguieron pueblo a pueblo. Iban con la idea de tomar el
tren en Arriaga pero la policia municipal les secuestró antes de
cogerlo. A los once que iban. Los tuvieron un día entero retenidos.
De allí a Arriaga. No me cuenta mucho del secuestro. Tiene confianza
en mí pero hay cosas de las que, consciente o inconscientemente,
evita dar detalles. Yo tampoco incido mucho. Tanto tiempo en este
Albergue, tantas conversaciones, tantas historias, me han hecho
comprender que hay detalles que empañarían una buena historia y
otros que le darían lustre. El reto es reconocerlos.
Hicieron una
travesía de cuatro días y medio caminando, para luego pasar
diecisiete días en el Albergue de Migrantes de Arriaga. Allí
pusieron la denuncia. Tras esos días arreglaron papeleos y abordaron
el tren. Ya sólo ocho de los once que salieron, porque tres no
quisieron seguir esperando a terminar el trámite de la denuncia. Se
volvieron. Como tantos otros. Como tantos que no denuncian. Como
tantísimos que no confían en nada. Y mucho menos en la justicia.
¿Quién va a confiar en la justicia de un país en el que cuando se
libran de delicuentes y bandas organizadas les secuestran, atracan o
extorsionan funcionarios públicos encargados de guardar el orden?
Desde el dieciocho de enero está aquí. En el Albergue “Hermanos
en el Camino”. De los tres que volvieron, sabe que se fueron con
gente que les prometía seguridad. A día de hoy sólo sabe que uno
fue deportado a El Salvador y otro, menor de edad, está reclamado
por el gobierno de EEUU. No sabe más.
Actualmente espera los
papeles mexicanos. En el fondo, haber sufrido y tener arrestos y
paciencia para denunciar le facilita las cosas. Me pregunta que si
con los papeles, si se le da, puede conseguir la licencia para
manejar. Evidentemente le contesto que no tengo ni idea, pero que
supongo que sí.
Nos interrumpen en el
relato. Alguien que quiere hacer negocios con nosotros. O con él. A
los voluntarios nos proponen cosas, pero no es lo común. Quizás sí
a mí que transmito un rollo un tanto malote que les hace con el
tiempo confiarme cosas que con otros no hablan. De los dos que
vienen, me dice Craig que es uno de los que le acompañan desde la
salida y que puede contarme también sobre el camino y su historia.
El otro viene a vender unas zapatillas Nike. Le veo los tatuajes. No
me suena haberlo visto antes. Al menos, así, sin camiseta. Me
hubiera fijado. Tiene el 13 tatuado en el pecho. Tenemos una extraña
charla sobre negocios, buscarse la vida y ventas y compras. Parece
que no hay negocio. Hablamos de sus tatus pero no mencionamos el 13.
Yo nunca lo haría, pero veo que ellos tampoco lo hacen. Aunque mi
inconsciencia e ingenuidad me haya jugado malas pasadas estos meses,
tengo límites. No menciono el evidente 13 que le ocupa todo el lado
izquierdo del pecho. La teta. Se nos va tras un rato de conversación
sobre el significado de varios de sus tatuajes. Pero nadie menciona
el 13. Como si no existiera. Y se va. Nos quedamos los tres, y
hablamos de la 13. De que lo más facil es entrar que estar fuera.
Craig pudo entrar. Estuvo a punto. Solo porque Dios no quiso. Era
inevitable hablar de ello. El tatuaje era evidente y ninguno lo
mencionó aunque estábamos hablando de tatuajes.
Craig tiene un tatuaje de
un cuchillo con unas letras en el antebrazo. Me cuenta que se lo hizo
para rectificar un tatuaje de X y Y que borra y se queda en cuadrado
M T (sus iniciales). Algo típico de amor y rectificación posterior.
Se hizo el cuchillo para acompañar las letras. Tampoco pregunto más
Como hemos dicho antes,
quiere papeles. Quiere estar aquí con papeles porque el gobierno les
debe algo. Les secuestraron y robaron, tienen todas las
posibilidades. Su ideal es encontrar un lugar aquí donde esté más
tranquilo que en Honduras.

En Honduras, su tierra,
vivía en una zona MS. En una zona controlada por la Mara
Salvatrucha. Encontró trabajo en una empresa de autobuses que aunque
era de aquella zona, se movía por zona no MS. Eso es un problema. Y
le dijeron que no podía seguir haciéndolo. Era cuestión de tiempo
que todo se complicara. Se complicó y le despidieron. Cuando le
echaron pidió la voluntad al jefe, el finiquito, algo justo, y le
quiso engañar. Craig no se dejó engañar y llevó a su jefe al
Ministerio de Trabajo, le pagaron lo que era justo pero le dijo que
no volvería a trabajar en empresa de transportes. Evidentemente,
volvió a buscar en otro sitio pero le dijeron que no. Ya no
trabajaría más. Porque todos sabían que cuando se fuera o lo
echaran les llevaría al Ministerio de Trabajo.
Ahora ya tiene la mente
más despejada. Quiere conducir y cuando tenga posibilidad traer sus
hijos y mantenerse aquí.
- ¿Por qué tienes miedo?
No has tenido problemas.
- He visto como a las mamás
les piden dinero por el celular mientras torturan a sus hijos. Los
Zetas lo controlan todo. El tráfico de drogas, de personas.
Tiene miedo. Él no ha
tenido problemas con nadie, pero sabe lo que pasa. No quiere que pase
nada. Su mamá está mayor. Me habla de su tierra. Su desangrada y
desgarrada tierra. Todas las zonas, todas las colonias en Honduras
son MS o 18. Las zonas que no son de ninguna aún, son las más
peligrosas. Él tiene miedo por su madre y por sus hijos. La mayor
quince años, siete la siguiente y el pequeño uno y medio. Tiene
miedo por ellos, porque ahora ya no es como antes. Tiene un hermano
que los puede proteger porque no tiene vicios ni está metido en nada
malo. Pero sabe que los problemas son cuestión de tiempo.
- La hija de fulano ya
creció. Igual quiere por las buenas o por las malas.
Nos callamos.
- ¿Por qué eres tan jefe
aquí? Creía que llevabas más tiempo.
- Una de mis virtudes.
Preferir amigos a enemigos. Aunque no te puedes fiar de nadie.
Discutió con su tío.
Uno de los once que subieron. Le dijo que si le veían como un
estorbo no subía con ellos, no había problemas. Alguien escuchó la
discusión y le ofreció subir con él porque conoce el camino. Y al
momento preguntó por su familia. Le intentó convencer que EEUU está
bien ahora. Él le dijo que no tenía intención de subir, ni dinero
para pagarle. Pero le insistió en que tendría familia arriba o
abajo que le pagara. No le interesaba, se lo hizo ver, y el bato ya
no quiso seguir hablando. No había negocio...
- No te puedes fiar de
nadie.
Una vez le escucharon que
pidió dinero. Una práctica habitual en el Albergue. L@s
migrantes piden dinero por teléfono o mensajes a algún familiar o
contacto y l@s voluntari@s
lo recogemos del banco con la mayor de las discreciones. Pero al
tanto estaban. Y le ofrecieron llamar a EEUU fuera del albergue para
que pidiera tranquilamente dinero, sin problemas. Le ofrecieron
dinero cuando dijo que no tenía quién le ayudara. Le ofrecieron
casi lo que necesitara. Rechazó toda “ayuda”, vinieron
tensiones, le miraron serio y no quiso seguir platicando.
Me habla de un personaje
del albergue. Conocido. Con mucho tiempo aquí. Alguien que le
pregunta. Con el que ha platicado mucho. Se interesan por los
tatuajes. Y cuando tomaron confianza le ofreció números para entrar
en la pandilla. Nueva decepción. Su impresión incial sobre aquellos
tatuajes era cierta. No se puede fíar de nadie. Me lo cuenta como
ejemplo porque sabe que sé quién es del que me habla y porque me ha
visto muchas veces bromear y en buena onda con él. Pero Craig tiene
que estar ojo avizor. Siempre alerta. Sin fiarse. En cualquier lado
salta la liebre. Si él se desvía de su camino sabe que no podrá
dar a sus hijos lo que quiere darles. Se va dando cuenta. Poco a
poco. Aunque le guste estar con todos.
Hablamos de todo un poco.
De mí y mi circunstancia. De lo divino y lo humano. Y en lo divino
veo filón. Aunque es él quien se lanza a ello. A hablar de Dios y
de todo lo que conlleva. Me cuenta por qué ayuda al Señor Abad, el
Testigo de Jehová que tiene el puesto fuera. El Señor Abad es una
persona que por la mañana y por las noches, con una bicicleta con un
gran armatoste a modo de puesto y un pequeño techo, se coloca en la
puerta del Albergue. Vende cafés, avenas, tortas, panes... Tiene una
amplia clientela. Hay much@s migrantes
que desayunan y cenan en su puesto. Incluso yo he probado muchos de
sus productos. La gente se fijan que platican mucho los dos. Que se
llevan bien y tienen confianza. Y le piden que saque una avena, un
algo...
No puede morder la mano a
quién le está quitando el hambre.
Me cuenta cómo es su
relación con el Señor Abad. Recuerda que le asaltaron, antes del
secuestro de la policía. Llevaba un celular que le regalaron en
Guatemala cuando trabajó dos años. Un buen móvil. En el asalto no
sabe cómo pero no se lo encontraron. Se lo comentó a Don Abad. Que
era lo único que tenía ya. Don Abad se lo puede vender.
- ¿Qué es lo que usted
quiere por él?
- Ando con hambre.
- Yo se lo vendo o se lo
empeño...
Él optó por la opción
de empeñarlo. Don Abad le dio dos tortas y una avena. Es poco, pero
quedatelo. Le dio dinero cuando le mandaron. No le cobró. Desde ahí
empezó con confianza. Dice que es de fiar. El Señor Abad confía y
se fia de la gente. Lo deja en las manos de Dios. Aparte de las Manos
de Dios, yo añado que he visto cómo Don Abad tiene una libreta en
la que va escribiendo qué toma cada uno, para saber qué y quién le
consume. Esa libreta ahora la escribe Craig. También he observado
cómo Don Abad pide el tícket de estar permanente o no en el Albergue
a la hora de fiar o no a l@s migrantes, pero
eso no lo digo.
Le ha invitado a que vaya
a la iglesia con él. Él está alejado de la Iglesia. Cuando salió
de su país se apartó de todo eso. Hablamos de la religión, de la
iglesia, del Padre Solalinde. De cómo debería ser la iglesia y de
cómo alguien que no lo necesita se juega la vida por ayudar. Sus
palabras son una mezcla de desencanto e ilusión por las personas.
Agridulces y esperanzadas a la vez.
(ELIPSIS TEMPORAL)

Tiempo después de
nuestra primera plática me pide el pc para descargar música
cristiana. Sólo música cristiana. Se
ha convertido en un personaje en el albergue. De los que ayudan, los
que siempre están. A los que les puedes pedir que te echen una mano
en todo. Los que arriman el hombro incluso antes de que nadie lo
demande. Se despierta de madrugada y reparte jabón y papel higiénico
a l@s que llegan en el tren, mientras l@s voluntari@s los registramos
y acomodamos... Una mano menos que aportar l@s que estamos para ello,
que nunca sobran. Una sonrisa más que dar, que siempre se agradece.
Escucha la música cristiana y tiene conversaciones con las monjas.
Parece que en unos días, la tranquilidad del Albergue le está
haciendo recuperar ciertas cosas que me decía perdidas. Me tiene
confianza. Me habla con franqueza. Me cuenta un secreto a voces que
hay por aquí. La francesa que pasea y pulula por las instalaciones
haciendo uso de ellas, dejó caer su teléfono frente al puesto del
Señor Abad en la noche. Un pariente suyo lo recogió y tiene
intención de quedárselo. Él se ha disgustado mucho por ello.
Quería contármelo. Quería liberar su conciencia. Conmigo. Aunque
no lo necesitara. La francesa quizás (o no) recupere su celular,
pero la relación de Craig con sus parientes no va a ser la misma por
expresar su manera de ver las cosas y estar aquí.

Son
cosas que pasan. Son días que fluyen. Vidas que se van diseñando a
la espera de una huella que les deje fluir más o menos libres por
México. Una huella que le permita sacarse la licencia de conducir y
encontrar un trabajo en lo suyo. Una huella que ponerla en un papel y
una tarjeta es el paso clave. Para que el día menos pensado, si
alguien va por México y sube a un bus o una combi y se encuentra a
alguien muy simpático con una gran sonrisa que se parece un poco a
Craig Hodges se acuerde de esto que está leyendo aquí y sepa que es
una gran persona.