lunes, 10 de febrero de 2014

Mirando la vida pasar...




Esta es la historia de una iguana. Una de muchas, una de tantas. Historias e iguanas. Bueno, no de tantas iguanas, porque hemos visto muchas lagartijas, salamanquesas... Pero iguanas sólo una. Aunque llevemos tiempo persiguiendo una cantina donde comerla, puesto que dicen que está deliciosa y por esta zona se come. Pero no. Ni armadillo, ni escuincle, ni jaguar... Aunque sí huevos de tortuga o chapulines.

Es la historia de una iguana que apareció embarazada por el albergue y alguien la cazó. Incluso nos la pasamos de unos a otros sintiendo los huevos en su interior.



Cuando la vida se para y esperas algo, aunque no sepas lo que es, ves que los días son muy largos y que cualquier alteración de la rutina habitual es un regalo. Un regalo en forma de iguana.

Regalos para personas que están y a lo mejor ya ni van ni vienen. Porque muchos huyen y bastante tienen con sentirse seguros y arropados aquí. Porque muchos esperan legalidad para seguir camino pero saben que tardará y cada vez tienen más miedo a continuar.

Aunque lo peor es lo que ni siquiera pueden salir de aquí porque los esperan y sabemos que en cualquier momento, a la menor oportunidad, les van a hacer algo.




Les hablaría del caso de la chica que vino destrozada porque la perseguían para meterla en una trata de blancas y una vez aquí tuvo que aguantar que le ofrecieran tranquilamente, con mayor de las desfachateces, dinero a cambio de sexo. Sin llegar siquiera a la mayoría de edad. Y de cómo a esa persona, le encontraron un trabajo para servir comidas en una casa y en seguida se detectó a tiempo que intentaban prostituirla. Hoy está a salvo. Aparentemente. En otro lugar. Pero sabemos que es cuestión de tiempo que vuelva a tener un incidente desagradable. A fin de cuentas, hay lugares en el mundo donde ser bella es un verdadero problema. Pero no es de lo que toca hablar hoy.

Una guitarra o un balón de fútbol pueden ser más valiosos que algún centímetro más en aquel tablón que cayó del Titanic y en el que sólo cabía Kate Winslet por ello y llevó a la muerte a Leo Di Caprio.



Aquel chico que hablaba más en inglés que en castellano porque le parecía cool, que me llamaba Marvin por un amigo de los Estates que se parecía a mí y que tras hacer la primera llamada a su casa al llegar al albergue y preguntarle qué tal, sin más interés que por hablar de algo, nos agradeció profundamente y con gran alegría haber podido hacer la llamada porque le habían avisado que estaban esperándolo para matarlo. Y con una sonrisa casi perpetua y una voz de caricatura pilla, se pasó un tiempo por aquí, muy colaborador, riendo siempre y haciendo bromas, y contando alguna que otra historia cuando se le insistía y se veía en confianza, de sus tiempos en las maras y la huida luchando por su vida. Se fue a tomar la ruta del Pacífico cuando supo que en el albergue ya no estaba seguro porque le habían localizado e iban a estar a la expectativa en cuanto cometiera un error y pusiera un pie fuera del albergue.

Pero esta es la historia de la iguana. De esas cosas que pasan mientras la población del albergue mira la vida pasar, que alegran y entretienen. Esa iguana que poco después estaba reposando en las ramas altas del árbol. El árbol en torno al cual el Padre Alejandro Solalinde construyó el Albergue. El inicio de todo. Ese árbol que servía de cobijo a los que se acercaban al Padre cuando los llamaba porque en grupo, todos juntos podrían pasar las noches más seguros y vigilarían y cuidarían unos de otros. Alrededor de ese árbol que da tan buena sombra y cobija hasta a iguanas aburridas y embarazadas, se ha construido un albergue que es un verdadero hogar para muchas personas que no pueden estar en otro sitio. Un albergue donde aportamos nuestro granito de arena para que todo sea cada vez mejor y para que todos y todas lo vean un sitio acogedor y lo sientan como su casa, como es la idea del Padre Solalinde. Incluso realizando talleres educativos (Inglés, Educación Sexual, Manipulación de Alimentos, Animación a la Lectura...), lúdicos, deportivos, e incluso tocamos la guitarra, cantamos o “jugamos” al fútbol. 




Pero en este albergue suena ahora “Oye mi amor” de Maná por un gran altavoz que tienen los migrantes a su disposición y en el que meten sus tarjetas de memoria con música. Y así miran la vida pasar, pero de verdad, con Maná no se puede... 


(Interrupción del relato provocada por un abandono momentáneo del teclado para conseguir que cambien la canción mediante ruegos, sobornos e incluso amenazas).


Esta es la historia de una iguana a la que conocimos porque alguien en uno de esos momentos de mirar la vida pasar, subió a un tejado y la capturó. Luego nos hicimos fotos, nos reímos, y se perdió por las ramas altas del árbol a reposar. Tumbada sobre su barriga llena de huevos y las patas colgando por los lados de la rama.

Por ambos lados. Como mira un muchacho del albergue cuando oye la palabra cárcel.

- Eso no lo digas ni en broma.
- ¿El qué?
- Lo de ir a la cárcel... Ni en broma, con esas cosas no se juegan.

No sabemos por qué, pero estuvo cuatro años en una cárcel salvadoreña. Tres de ellos, durmiendo bajo la cama. El último ya consiguió una cama. No sabemos ni por qué estuvo en la cárcel, ni cómo consiguió la cama a los tres años, pero hay cosas que ni en broma se pueden preguntar.


(Nuestro querido Gabino, que vino a pasar sus vacaciones echando una mano como voluntario en el Albergue en su primera visión de La Bestia. La primera visión: Un clásico de las emociones mirando la vida pasar)


Como el significado de ciertos tatuajes. Como la diferencia entre ciertos tipos de rosarios. Nos han enseñado a distinguir algunos rosarios. Sobre todo los de Matamoros. Esos son los que reconocen los mareros. Los que saben de ciertos temas. Los que los ven y asumen que quien lo lleva es uno de los suyos o alguien que sabe quiénes son los suyos. Da cierto miedo empezar a mirar lo que cuelga de los cuellos e imaginarse personalidades y actividades. Sobre todo si estás sacando dinero del banco y los de la ventanilla de al lado sacan diez veces más que tú, tienen algún que otro tatuaje inequívoco y cuelgan de sus cuellos rosarios típicos de Matamoros. Por cierto, los más bonitos que se ven...

Dani me ha dicho que vuelven a subir las temperaturas mañana. Volvemos a rondar los 35. No me ha preocupado. No bajamos mucho más cuando en teoría “no hace tanto calor” o “refresca por la noche”. El calor acrecienta la sensación de estar mirando la vida pasar porque la actividad se ralentiza, el sudor aparece, las ganas de nada se hacen con el poder de la voluntad...

Esa voluntad que lleva a alguno a salir de su país corriendo porque sabe que van a intentar matarlo en breve. Como aquel que echa la culpa de todo a las mujeres. De su dicha y su desdicha. De cómo se puede perder una carrera militar muy avanzada por acostarse con la hija de 13 años de su coronel, preguntarle qué puede hacer para ayudarlo por ser un tipo de su total confianza y tener el encargo de matar al responsable. O sea, de matarse a sí mismo aunque el coronel no lo sepa. Por eso se huye rápido y con lo puesto. Porque puedes tener a alguien que te está esperando arriba pero que cuando ve que estás subiendo por fin, no te ayuda y te da evasivas a cualquier petición de ayuda, sobre todo monetaria. O te vuelves porque sabes que ya no merece la pena cruzar porque todas las veces que lo has hecho ha salido mal y te resignas a pensar que a la vuelta, tu país, quizás no sea tan malo. Esa voluntad que se intenta comprar por unos pesos para dar información sobre alguien o para sacar a alguna chica del albergue con cualquier excusa para que una vez allí sea raptada y usada en una red de prostitución. O simplemente asumir que robar o prostituirse no estuvo mal porque era el único escenario posible en el que tenías posibilidades de seguir con vida.

Son las cosas del día a día. Cuando alguien te llora porque su vida está a millones de kilómetros de lo que debería ser una vida normal, medio decente o con cierta esperanza, al verse solo y reconocer la derrota en el momento en que nadie le ve reconocer la derrota. Porque aquí las derrotas sólo sirven para dar lástima y aprovecharse de la ayuda, y pocos pagan el precio de aceptarlas cuando es más fácil mostrarse duro, entero, seguro y más fuerte que nadie. Simplemente, asumir que el alcohol es un problema para ti, cuando ni siquiera tienes para costeartelo, es una derrota por goleada.




Suena “La Fiesta Pagana” de Mago de Oz. Imagino a miles de fresas (pijos) en la fiesta del pueblo cantándola a voces como si fuera con ellos en la caseta del PP, pero lo que veo es a varios migrantes sentados tras un altavoz de dimensiones extrañas, mayor de los que puedes encontrar en muchos bares españoles. 

Tranquilos.
Riendo.
Fumando.
Retándose.
Mirando.

Mirando pasar con sus muletas al chico al que apuntaron un dedo del pie hace poco por estar cangrenado. Escuchando su explicación para los que no la saben.

- Vagando por el mundo sin un dedo toda la vida. 
- Pero vagando por el mundo, mientras se pueda vagar...



Porque como decía Serrat en “Vagabundear”,

Es hermoso partir sin decir adiós,
serena la mirada, firme la voz.
Si de veras me buscas, me encontrarás,
es muy largo el camino para mirar atrás.”


Mirando...

Sobre todo mirando la vida pasar...



¿Y la iguana? ¿Qué pasó con la iguana? Porque esta es la historia de una iguana. Aunque la iguana lleve dos o tres días en la rama tumbada sobre su tripa llena de huevos, con las patas colgando hacia abajo, mirando la vida del albergue pasar, desde las alturas. 

Todos tenemos claro que ya no mira. Que su vida ya pasó y está allí esperando sin ser que algún viento o alguien la baje. Pero aquí abajo la vida sigue. Y seguimos mirándola pasar...



B.S.O. I: "Vagabundear" (Joan Manuel Serrat)

B.S.O. II: "Miro la vida pasar" (Fangoria)

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