miércoles, 26 de febrero de 2014

The final countdown y sus tribulaciones





Suena The final countdown de Europe. Ramón se queja.

- ¡Pon otra cosa que eso no se entiende!

La ha puesto el otro Ramón.

- Es bien chingona -le dice.

- Simon -digo yo totalmente en el ambiente y les explico que esa canción era de cuando yo era niño. Que incluso le regalé a mi madre la cassette por su cumpleaños, o el día de la madre, en una de esas típicas cosas mías que era “regalarme” cosas a mí mismo con la excusa de "regalar" a algún familiar. Muy egoísta que he sido desde pequeño.




Ahora todo empieza a ser muy simbólico. La canción, de la que les explico que en algunos bares españoles se utiliza para cerrarlos. “El final de la cuenta atrás”. Nuestro final de la cuenta atrás. De Alejandro y mío. Dani seguirá por aquí continuando la labor y haciendo fotos que den lustre a estos textos y a otras cosas más importantes.

- ¡Ta buena, ta buena! -dice a gritos Ramón cuando suena la banda sonora de Top Gun y ve las intenciones de cambiarla por parte del que se ha quedado al comando de la bocina que emite los sonidos desde una tarjeta de memoria llena de música.

Estoy empezando a regalar parte de mi ropa. Pienso volver con poco. Con lo indispensable. El egoísmo infantil disfrazado de limpiar mi conciencia dando por ahí lo que realmente no sé si necesito o no, pero sé que otros necesitan más. Me hace especial ilusión regalar ciertas camisetas, zapatillas y pantalones a personas especiales de por aquí. A la gente que me ha dado y enseñado tanto. Pero el tamaño me limita mucho. A Christian, el cocinero de los fines de semana, más grande y voluminoso que yo, le doy varias cosas. Los grandes son los que más sufren la escasez de ropa y calzado por motivos obvios. Y a él, encima, le han robado las zapatillas varias veces...

Las cosas, como de costumbre, van a peor y empieza a sonar piezas electrolatinas, reagetones... Hasta llegar al horror, hasta llegar a Maná... El infierno, cuando se está tan cerca de los cuarenta grados, es más real de lo que nos creemos.



Suena el “Frijolero” de Molotov. “No me llames frijolero, pinche gringo puñetero”. Muestro mi aprobación desde lo alto del cuarto de voluntarios que “hemos construido” encima de el dormitorio de mujeres con nuestro proyecto y hago señas de conformidad al que ha puesto la canción. Molotov me gusta mucho. No sé por qué se empeñan en que me tiene que gustar Maná. Hace media hora alguien a quien no conozco (pasa mucho, vienen y van, te conocen pero a ti no te da tiempo ni a ubicar a ciertas personas a no ser que las hayas registrado y entrevistado tú, y a veces ni así) me ha dicho:

- Fer, ¿Te puedo decir una cosa?

Cuando empiezan así, me temo lo peor. Al menos no me ha llamado Shakira directamente, porque últimamente hasta gente que llega de nuevas al albergue me llama Shakira como si fuera lo normal, porque a Armando, el migrante de más tiempo aquí y quizás el más cercano y querido, le dio por llamarme Shaki, Shakira, creo que porque me vio con el pelo suelto y mojado en una ocasión y ahí se quedó. No tiene mucha lógica ni explicación, pero es así. Para muchos soy Shakira, para otros el enclenque, el enclenque mayor... Aunque lo de español sea lo más extendido. Suena Opus con “Life is live”. Aprobación. Acaba de morir Paco de Lucía, pero no creo que aquí importe mucho ya que entre sus prioridades musicales siempre están los grandes del electrolatino y el reageton.

- Te pareces al otro Fer.
- ¿A cuál? -pregunto ingenuamente conociendo la respuesta.
- A Fer el de Maná. La misma cara, el mismo pelo... Sólo te falta la guitarra. Ya sé que no te gusta y que el otro día dijiste por megafonía que se prohibía que sonara Maná en el Albergue, pero eres muy parecido...

Nos queda un suspiro aquí. Bueno, a Alejandro y a mí. Es The final countdown y ya empezamos a echar de menos cosas que no nos han dejado aun. Particularmente voy a echar de menos hasta que me llamen Shaky, hasta la música que aborrecía y que me podía hacer cambiar de bar en cualquier momento cuando estaba en España.



Hoy el Padre Solalinde está en un importante Foro de Derechos Humanos al que asiste el Juez Baltasar Garzón y destacados activistas por los DDHH a unas ocho horas de aquí. Ocho horas de distancia en México es estar muy cerca. Este es un país inmenso y mal comunicado. Trayectos de una hora en coche duran casi tres en autobús y caminos de tres o cuatro, hasta de catorce a lomos de La Bestia (Si no tiene problemas y no se para). El Padre nos iba a llevar al Foro. El que haya coincidido con estas fechas de retirada lo ha impedido. Otra vez (O no) será. Hoy también se cumplen siete años de la apertura del albergue. Siete años de esperanza y luces al final del túnel. Quizás no sea un número muy celebrable, pero es un hecho importante. Hace siete años que personas que lo pasan mal y se juegan la vida por un futuro mejor, tienen un refugio donde eludir por un rato los peligros, donde comer, bañarse, descansar. Donde ser asesorados, donde encontrar compañeros, donde recibir apoyo. El mismo Armando, del que hablaba antes, y del que otro día contaré su maravillosa historia, me dijo que antes las cosas no estaban tan mal. Que no había tanto peligro en el tren. Sólo te podías morir si te caías. Ahora no piensa volver a subir nunca en La Bestia. Cuando el subió a EEUU con diez añitos, completamente solo, todo era más “fácil”. Pero esa es una historia para otro día. Hoy es un día especial. Nos queda poco por aquí. Por un sitio donde Cristian Castro sigue siendo icónico. ¿Recuerdan lo de “Azul”? ¿Recuerdan lo asesinable que era? Pues lo sigue siendo y aquí sigue teniendo status y éxito. Quizás Seguramente por ser hijo de quién es.

Pero nos queda muy poco por aquí y hay mucho que contar aún. No sé por qué me han permitido escribir esto...

lunes, 24 de febrero de 2014

Historia de una foto (Volumen 4)






El que escribe tiene envidia del que hace la foto. Nunca podrá transmitir tanto por muchas y acertadas palabras que use como una buena fotografía. Aquello de que una imagen vale más que mil palabras no es del todo cierto, pero podemos negociar la exactitud de la frase si nos ponemos en un margen de doscientas a cuatrocientas.

Es algo clásico. ¿Recuerdan el cuento del pincel inseguro? Aquel pincel, en manos de un artista en ciernes, que no podía soportar que todo lo bien que quedara el cuadro fuera mérito de los colores al óleo que él desparramaba con sus cabellos. Eso le intranquilizaba y ponía nervioso y hacía que cada pincelada que era obligado a dar por el pintor tuviera un trazo irregular, inseguro y deslavazado, lo que daba aún más belleza a la obra. Mientras tanto, el óleo, fuera del color que fuera, se reprimía y diluía en la pena que le daba ser un mero agente que manchaba el lienzo, el verdadero protagonista de la obra, según su manera de mirar las cosas. El lienzo, blanco y áspero por naturaleza, se irritaba de pensar que todo el mérito se lo llevara el pincel al que él cedía su cuerpo para ser acariciado, y respondía con la firmeza o flexibilidad necesaria a cada contacto con sus pelos. Todos se miraban entre sí, sin comprender qué habían hecho en anteriores vidas para ser tan desgraciados de no conseguir lo que los otros conseguían, sin reparar que el pintor los odiaba con toda su alma por saber que sin ellos no sería nadie nunca. ¿Lo recuerdan? Probablemente no, porque me lo acabo de inventar, pero algo así sucede cuando uno se pone a dar palabras a una foto que ya de por sí habla por sí sola.

Darinel ya no está por aquí. Acaba de partir y es feliz por ello.

Marisela no debería haber estado tanto tiempo aquí, pero sigue con nosotros. Las circunstancias que la rodeaban cuando llegó, hicieron que tuviera que quedarse un tiempo que en ningún momento estaba contemplado ni se le había pasado por la cabeza.

Darinel era un tipo aparentemente seguro de sí mismo. Sonrisa perpetua, seductor nato. Su tiempo en el albergue estaba lleno de maniobras de acoso y (casi) derribo a toda aquella chica que llegaba a hacer el voluntariado. Pocas le negaban la atención y pocas le hacían torcer el gesto. Alemanas, americanas, mexicanas... No tenía ninguna predilección especial, simplemente todas eran susceptibles de ser seducidas por él.

Marisela es el prototipo de niña que es guapa y lo sabe. Un encanto en las distancias cortas y un amor en las largas. Le gusta pasar más tiempo con el personal del albergue que con sus compañeras o compañeros migrantes. Se sabe bonita y se deja querer con ingenuidad impostada.

Darinel y Marisela empezaron a acercarse por mera ley de la gravedad. Probablemente, con Marisela a Darinel no le funcionó nada de lo que trabajaba con las voluntarias. Seguramente con Darinel Marisela no pudo hacerse la ingenua que sonreía. Así que cuando se juntaron, todo pasó a ser algo interno y diferente a lo que eran por separado los dos. Se miraban y tocaban como dos adolescentes primerizos, inspirando una ternura que no es propia de estos lares. Paseaban y se perdían como si el tiempo y las circunstancias no existieran.

En la foto, estremece ver el infantil juego de niños de dibujarse con bolígrafo sus nombres y un corazón en un lugar donde se persigue que se hagan tatuajes unos a otros porque es una peligrosa práctica habitual. Porque el tatuaje en según qué personas y según qué sitios, puede ser una tinta muy fácilmente mutable en sangre.

Darinel se ha ido con toda la felicidad del mundo porque sigue su camino en pos de un sueño, pero ha dejado la tristeza que le ataca en forma de añoranza y recuerdos. En forma de Marisela y todo lo que son el uno para el otro.

Marisela vaga por el albergue aparentemente entera y feliz. Pero se la ve más perdida e incompleta. Aunque no pierda la sonrisa ni la coqueta mirada de ingenuidad impostada.

Darinel y Marisela son de ese tipo de gente que sale bien en las fotos. Sólos o acompañados. Pero en la fotografía que da sentido a esta historial, salen mejor aún por lo que supone la suma de sus partes, que están pendientes las unas de las otras, sin pensar en el objetivo con el que Dani les inmortaliza. En esa instantánea de la que nadie está preparado para poner unas líneas ni generar una historia con ello. Perdonen ustedes, y disculpen las molestias. Son celos y nada más, de alguien que no sabe hacer fotos bonitas...


Postdata: Esta historia, obviamente, debe llevar anexadas el resto de fotografías que fueron tomadas en torno a la que le da sentido. Aquí debajo las tienen, para que quede constancia documental de que tampoco es fácil hacer una foto hermosa, aunque algunas pensemos que se hacen solas. ¿Recuerdan el cuento del pincel inseguro?
















miércoles, 19 de febrero de 2014

El cuento con (probable) final feliz



Este es un cuento muy bonito. De esos que a todas y todos nos gusta que nos cuenten porque tiene (probable) final feliz. Lo único que lo diferencia del resto de cuentos que conocemos es que es un cuento escondido, con un personaje principal oculto, y con un final que todavía no ha llegado.

F se va pronto a Salina Cruz a tomar el autobús. Tiene un presentimiento, y siempre le ha ido bien hacer caso a sus presentimientos. La intuición. No quiere estar más aquí. Cree que no puede. En cuanto ponga la huella y tenga oficialmente papeles mexicanos se va a Salina Cruz y mira como subir por la costa o por donde su intuición le indique. Hasta llegar a Washington D.C. Donde está el (probable) final feliz de este cuento.

Es de El Salvador, tiene veintitrés años y lleva tres meses en el Albergue. Igual que su tío, más pequeño que él aunque fundamental apoyo y compañía. Pero eso ahora da un poco igual. Los cuentos con (probable) final feliz se cuentan desde el principio para que cuando llegue lo bueno parezca mucho mejor.




Era un chaval feliz. Hasta que alguien decidió matar a su papa, que era motorista y llevaba el sustento a la familia. Fue asesinado por las extorsiones. Esa palabra terrible. Esa tasa por vivir tan de El Salvador que hay que pagar de alguna manera siempre. Después mataron a su tío. El que los ayudaba y mantenía tras morir su padre. En ese momento le toca a él trabajar por sus hermanos y mamá. Con catorce años. Con sólo catorce años se tiene que hacer cargo de su familia. Pero él no podía soportar estudiar y trabajar a la vez. Y más cuando te pagan poco. Y mucho más aún, cuando el futuro es muy oscuro. Llegó un momento en el que ya no pudo.

A partir de aquí empieza el verdadero cuento. Ese que parece un cuento como todos los demás, pero que es el cuento del (probable) final feliz. Ese cuento en el que un niño de catorce años no puede con todo lo que tiene, no puede crecer más rápido y conoce a ese amigo que le acaba metiendo en las cosas de la calle. En una pandilla. Algo terriblemente típico en Centroamérica. Un pandilla pequeña, de pocos, bien activa y organizada. Terrorífica. Esa pandilla en la que un niño de catorce años se hace rápidamente con el puesto de correo y se dedica a recoger el dinero que tienen que pagar todos simplemente por tener negocios o intentar ganar dinero para vivir en su zona. Un trabajo “sencillo”. El líder, cuando todo estaba más o menos controlado y F empezaba a vivir bien, tuvo un accidente y todo cambió. Estuvo un tiempo hospitalizado y murió. Nuestro amigo trabajaba como correo, cobraba el dinero, se lo llevaba al jefe y se quedaba porcentajes. Algún tema con drogas también había de por medio, para este cuento con (probable) final feliz tiene una importancia relativa. Todo el tiempo en el que el líder estuvo hospitalizado él estuvo dando el dinero a la familia. Para costear las operaciones. Para que pudiera recuperarse. Para que todo se arreglara.

En un cuento con un (probable) final feliz, el héroe tiene que pasarlo mal. No había hecho más que empezar. Cuando nuestro pequeño correo de la pandilla me dijo un día que quería contarme su historia para que la gente conociera su vida y el (probable) final feliz que esperaba tener, no imaginé cuanto de esa historia ya era un cuento de aventuras antes de ni siquiera salir de su boca. Esas aventuras que le llevaron a seguir dando todo el dinero a la familia del líder muerto.


Hasta que el nuevo jefe -a rey muerto, rey puesto- al poco tiempo, su amigo, le dijo que dejara de entregar el dinero a la familia porque con el antiguo líder ya muerto, no había necesidad. Esa familia, tras dos meses de sin recibir dinero, dio la voz de alarma. Como suele pasar en todos los cuentos, por mucho de (probable) final feliz que puedan tener, si el protagonista está en un lío grande, con el paso del tiempo, el lío se hace inmenso y casi insalvable. Le querían matar. Nadie sabía quién se estaba quedando el dinero y el principal y único sospechoso era él.

Todas las pandillas son malas. Pero esta es peor. Extermina. Las pandillas suelen tener en torno a cuarenta miembros. Pero la suya era pequeña, de seis miembros en los mejores tiempos. Usualmente las pandillas matan y esperan un mes o dos para seguir. Sin embargo ellos mataban y volvían a la cueva. A su zona. Y volvían a matar. Y mataban. Y mataban... Volvían a matar y se escondían. Ellos gobiernan su zona con mano de hierro. Viven en el centro. Donde entra nadie. Ni la Salvatrucha ni la M18. Es una fronteriza entre los dominios de las dos maras. Los vecinos no saben nada porque desaparecen si conocen cualquier cosa. Simplemente “no saben”. Dominaban el centro y las maras fuertes no tenían interés en montar una guerra entre ellas por un territorio como ese que traerá problemas porque vendría el desequilibrio a toda la ciudad y al status quo actual entre Salvatruchas y M18. En esa pandilla, nuestro pequeño héroe en un cuento con (probable) final feliz, era un correo. Llegaba a los negocios de la zona según iban apareciendo. Quiero comprar bastante producto - decía-, pero mi tío quiere hablar con usted antes. La respuesta habitual era que no querían, que no tenían interés en ponerse al teléfono con nadie, pero cuando les enseñaba el arma, terminaban por agarrar el teléfono. Todo se “pactaba” en ese momento. A partir de ahí, pagos semanales. Las tarifas llegaban a los mil dólares en los puestos del mercado. Iban variando, pero había que pagar y eran cantidades insostenibles. Inevitablemente iban cerrando los negocios. Y el círculo vicioso o la pescadilla que se muerde la cola de este cuento con (probable) final feliz es que según se cierran las tiendas y puestos, ellos cobraban más a las que aguantaban, que por ello tenían también que cerrar... Y así es El Salvador y su realidad cada vez más empobrecida y con menos miras a llegar a salir de ese círculo vicioso de la pobreza y la violencia nunca.



A nuestro héroe, los otros tres que quedaban en la pandilla tras la muerte de el líder le encargaron una misión especial. Él sin saber nada pero con la intuición haciendo brillar en rojo y sonar muy fuerte la señal de alarma. Pero es un pandillero leal y va. Con el nuevo líder, con su amigo. El mismo que se ha ido quedando con el dinero y el que ha hecho que F se encuentre en esta situación de desconfianza y amenaza por parte de toda la pandilla y la dolida familia del finado líder anterior. El que lo metió en la vida de las pandillas. Va un taxi a por él, con su amigo el líder. Una hora de viaje, dos, tres, y cada vez es más evidente que algo pasa. Pero en el taxi, a su amigo le vienen los recuerdos, el valor de la amistad, la conciencia... O como queramos llamarlo, porque en los cuentos de (probable) final feliz hay muchas cosas que dan giros a la historia para que el protagonista siga vivo para llegar al final. Su amigo le cuenta como está la situación. Que van a matarlo. En esa misión. Pero que no quiere matarlo porque es su amigo y sabe todo lo que ha pasado. Excusa que en un retén de drogas lo habían parado y detenido y le deja escapar. Porque tienen temas de drogas también. Escapa y va a esconderse a casa de su abuela. Ya sabe que nunca más podrá asomar la cabeza por el territorio o se la cortarán. No sé si literalmente, pero no volverá jamás si no quiere pagar con su vida el viaje.

El jefe amigo fue detenido tiempo después. Alguno más de la pandilla también acaba en la cárcel. Creyeron que él lo había delatado, porque no estaba. Caen los soldados, pero las pandillas siempre sobreviven. Y tienen una deuda histórica que cobrar en forma de vida de F. F, el protagonista de este cuento con (probable) final feliz.

Aquel tiempo escondido lo pasó trabajando en el campo. La sacrificada agricultura. Él nunca había trabajado tan duro. Su vida estaba destinada a estudiar y tener un buen trabajo con menos horas y menos esfuerzo físico. Pero la agricultura es lo único que tiene para ayudar a su abuela mientras está escondido. Y eso hace su escondite cada vez más duro.

Entonces es cuando llega una de las partes claves de esta historia con (probable) final feliz. Nuestro héroe se echa una novia. Se enamora. La hija de una fiscal. Aunque la fiscal, por razones obvias, nunca sabe nada de quién es y por qué está allí. Igual que su novia. Simplemente son felices en la oscuridad que tiene su historia y la luz que consiguen juntos.

Aunque en esta historia hay que dejar la parte amorosa a un lado. Sí, es cierto que el componente romántico hace subir enteros e interés a cualquier cuento, pero esta es una narración de acción, sangre, sufrimiento y tensión. Y volvemos a ello porque enseguida F tiene que abandonar la zona e irse sin despedirse de ella, porque no quería meterla en problemas. Una de las partes importantes de esta historia con (probable) final feliz es que volverá a verla y explicará todo.

Uno de sus tíos lo saca de allí y lo lleva a escondidas a casa de su madre. Cualquier lector medio se preguntará, como yo hice, si ir a casa de su madre no suponía un inmenso riesgo. Si, lo conlleva. Pero a mí, no sé si al lector medio, me preocupa por la madre. Según parece, él no temía por ella. Porque si alguien es cristiano no lo pueden tocar. ¿Recuerdan aquello de que no se debe “escupir al cielo o te cae encima”? Quizás sea lo único que lo explique...




Su mamá le mandó al Cantón. Un sitio más seguro y escondido. Donde no llega nadie y no hay riesgo porque no van a ir a buscarlo allí. La conversación con su madre le llevó a esconderse aún más. El Cantón es un pueblo muy bien escondido. Nadie sabe de él. El que llega ahí no puede salir. Por una mera cuestión práctica: Para llegar o salir se necesitan tres horas de bus y dos horas caminando. Allí tiene familia. Familia que simplemente vive allí. De nuevo el aislamiento. La dura vida trabajando el campo. Cuatro meses. En ese tiempo va a una fiesta y tiene un accidente. Un artefacto explosivo “se despista” y el cemento que salta con el bombazo le roza un ojo. Un petardo o algo así es el responsable. Y entonces el aislamiento se convierte en un problema porque en el hospital del Cantón no pueden hacer nada y lo tienen mandar a la ciudad. Él sabe que no puede entrar allí que no puede pasearse por la ciudad. Pero entra, su ojo está casi perdido y asume “que pase lo que tenga que pasar”. Sin avisar a nadie. La menor información posible para minimizar riesgos y para que nadie lo sepa. Un tío va con él. Cuidando que no entre nadie en la habitación del hospital mientras duerme. Mientras duerme después de una operación que no consigue salvar demasiado, que no va del todo bien. En el tiempo postoperatorio que pasa allí descubre que está cerca de los pasillos donde llevan a tratarse a la gente de las prisiones. Y, como era de esperar en una historia con (probable) final feliz, por allí pasa la mujer del hermano del jefe muerto. Va habitualmente a cuidar a su hijo y le reconoce. Ya habían pasado seis años de todo y le reconoce. Seguro que llama y dice que “aquí está F”. Es la novia de su amigo, el que primero le salva, el que le metió en la pandilla, el que provocó casi todo. Con aquella chica tenía confianza. Chatearon.

- ¿Cómo están las cosas? Mirame, tú estás acá.
- Ya saben donde estás. Tu también has vuelto, estás acá...

Le tocaba volver a curación a menudo. Empezó a ir solo. Para no meter a nadie en problemas.
En taxis con cristales polarizados. Pero era cuestión de tiempo de que supieran cuando iba o venía. Aquí volvió su intuición. Siempre consideró que iba un paso adelante de ellos, y aquel día fue un paso adelante, y en moto. Mandando también al taxi delante.

Vio como pararon el taxi a punta de arma. Un arma de esas que sólo salen en las películas y en las historias con (probable) final feliz. Él detrás viéndolo todo, con su casco también polarizado, en una moto con un amigo. Un amigo que no sabe nada de nada y que no piensa en el mal. Que no imagina hasta qué punto están en riesgo.



Ya no volvió a ir a curación más. Se hacía las curas en casa. Entre el inasumible riesgo y que el doctor le dijo que ya nunca iba a recuperar la visión, a pesar que tenía que seguir curándose para no perder totalmente el ojo, todo estaba decidido.

El tiempo y la vida empiezan a cambiar. Pasan los días y los meses. El campo, la soledad, el trabajo duro, los estudios retomados. Termina el noveno grado y completa la secundaria a distancia. Todo por seguir por el bien. Por volver al buen lado de las cosas, al lado bueno de la vida. Pasan los años. Tres años en el Cantón. En el campo. Desesperado. No veía la luz a la historia con (probable) final feliz. Quiere salir. Al norte. A los EEUU. La única salida posible a todo. Y aquí debemos dar otra vez el toque romántico para continuar: Contacta con su novia por facebook. La busca y la encuentra porque la quiere volver a ver. Para despedirse, para explicarle todo. Ella no contesta. Simplemente “me fallaste”. Aunque con el tiempo le dice que realmente no puede volver a él. Que le ofrece la amistad pero no puede. Porque está en EEUU con la familia por la misma situación que tanta gente En el mismo estado que ha pensado ir él porque tiene un tío allí viviendo. Allí podrán platicar y explicarse. Quizás puedan verse y contarse. Su tío le va a buscar un coyote que le va a llevar a Washington. Ahora que ya está por aquí y todo casi quedó atrás.

Aquella conversación con su antigua novia, con el amor de su vida, era lo que le faltaba para decidirse totalmente a salir. Dos amigos con los que pensaba subir se arrepintieron al final. Habló con otro tío suyo (Nota del editor: Sí, son muchísimos tíos los que han salido ya y es posible que se pierda el hilo de la historia, pero las familias centroamericanas van sobradas de miembros) para ir juntos. Un tío que está aquí con él ahora mismo. Y otro que se quedó en el camino. Hablan y él primer tío, que ha subido dos veces sin cruzar la frontera, también quiere hacerlo y ya conoce. Con sólo veintitrés años. Luego está el otro que se une. Él que se regresó. Por el susto del tren. Pero eso ya vendrá después. Ahora viene el relato del camino. Del camino de esperanza en la historia con (probable) final feliz.

Salieron. Con mucho cuidado. Como debe ser. Especialmente porque tiene que pasar por los mismos lugares prohibidos y peligrosos de hace unos años para tomar el bus. No se olvida nada por esas tierras, por mucho tiempo que pase. Vuelve a aparecer en él su intuición. Como otras veces en esta historia con (probable) final feliz. Desconfía de todo y se sube a un bus que paga hasta la frontera pero se baja a mitad. Por desconfianza y, sobre todo, miedo. Otro bus al día siguiente, hasta Guatemala. En Guatemala cruzaron el río ya con rumbo a México y a EEUU.

Llegaron a Arriaga sin problemas. Pasaron una noche en el Albergue. Esperando al tren. Salieron instalados en los vagones tranquilos, pero al poco de salir, el tren sale y suelta esos los vagones. Corren para montarse de nuevo antes de que lo pierdan, y llegan a subir en medio del tren. Casi sin espacio. Hacinados. Pero consiguen ir descansando haciendo turnos. A las cuatro o cinco horas de camino, de repente, para el tren.

- ¡¡Bájense, verga!!

Todas las personas se tiran del tren. Tan terrible que alrededor del tren se pueden intuir personas colgadas en las vallas que rodean la zona. Por la oscuridad, tratando de huir, el salto conduce a la muerte o a las lesiones graves. Se estampan de terror contra los alambres de espino y las varas metálicas. Él se queda arriba. Esta vez la intuición tomó forma en la persona de su tío que le dice que no corran agarrándole la mano y se quedan tumbados. Se sube uno con machete por el lado del frente y salen a correr los dos tíos y él. Sólo dos o tres vagones y se paran. Vienen por detrás, con las armas apuntando. Si corren es porque llevan dinero. Parados y escondidos, pensando que ya no les veían hasta que notaron cómo volvieron a subir y un asaltante les enfoca con una linterna a los tres. Les disparan, saltan del tren y corren. Casi le alcanza un tiro en el pie. Al ver el tema, se tiende en el suelo, pero sus tíos siguen corriendo. Ve que se alejan, quiere ir con ellos pero ve que en cuanto empieza a hacerlo hay uno esperándole diciendo “ !!Si te pasas te parto¡¡”. Le capturaron.

Bajan al grupo. A él por tratar de huir le golpean. Les dio todo el dinero. Se hace un lado para tratar de escapar y le dicen que si se escapa le matan. Le dieron un porrazo y le tiraron las gafas. Él dijo que si lo dejaban ahí y no subía al tren el nunca saldría de allí. Alguien vio que tenía problemas en los ojos y extrañamente se “apiadó” un poco de él. Le dejó subir. Intentó subir con solo un boxer como toda indumentaria. Como pudo se agarró al tren. Pero pasó cinco minutos agarrado sin poder subirse. Las ramas golpeando su espalda y él sabía que no podía bajarse tampoco. Se asió a la vida como pudo, pero la tensión vividas y las lesiones eran demasiadas.




Hasta que, inevitablemente, cayó. Salió corriendo como pudo. Quizás es el momento del cuento con (probable) final feliz donde la tensión sube más porque no vemos cómo nuestro héroe va a poder salir de ésta. No se podía parar por las espinas. Todo era agreste y amenazante. Alcanza un vagón y consigue subir arriba. Un guatemalteco le echa la mano para subirlo. Pero pasa media hora y recuerda, es consciente, y se da cuenta de todo. La preocupación por sus tíos se torna en pavor. Busca por todos lados. Sin saber. Ya los daba por muertos aunque su cabeza no lo aceptara. Lo que más le afectaba era que no encontraba explicación que contar a la familia.

Aterrado y aterido. No soportaba el frío pero le fueron dando un sueter, un pantalón... La solidaridad del camino. Los que venían con guía. Ellos tienen más porque a ellos normalmente no les atracan. Pasan las horas. No sabe si más rápidas o más lentas de lo habitual. Esos momentos que van recuperándote como persona porque has estado a punto de dejar de serlo. Sin olvidar que tienes bastantes posibilidades aún de que todo cambie para peor en unos instantes. Quizás pasaron dos o tres horas. Decían que eran las cuatro de la madrugada. Su obsesión era bajar. Se le metió en la cabeza bajar para por lo menos quedarse con los cuerpos. Era lo menos que podía hacer, no importaba qué le podría pasar a él. Pero si no bajaba a buscarlos simple y para siempre desaparecerían. Invisibles para el mundo. Empezó a ir vagón tras vagón hasta atrás, para saltar por el último. Pero en el ultimo vagón estaban. ALEGRIA. Música sinfónica subiendo el volumen a tope mientras enfocamos los emocionados rostros y nos recreamos con los abrazos, lágrimas y sonrisas. Momentos de gran alegría y emoción para todos.

Se “acomodaron” y pasaron el resto del viaje conversando. Aunque no tenían muy claro qué decirse ni qué iban a decir a la familia. Llegaron a Ciudad Ixtepex. Donde sabían que había un buen albergue, tranquilidad, cierta seguridad. Donde estamos nosotros y por eso podemos contar el cuento del (probable) final feliz. Porque él me vio escribiendo y quiso que escribiese su historia antes de que algo pudiera borrarla.


Al llegar a Ciudad Ixtepec entra la desesperación en uno de los tíos. Miedo, pavor, terror. No puede seguir. Por buscar mejor vida no tiene sentido seguir, porque seguro que más arriba puede fracasar, o incluso algo peor. Es demasiado para él. Lo de el tren le ha derrotado aunque creamos que ha salido sano y salvo. Le intenta convencer para volverse los dos. Pero él sabe que puede hacer una vida normal en su país, que la vuelta para él no es una opción. F sabe que el riesgo que conlleva seguir hacia arriba, seguir tomando tren y la vuelta a su país, es el mismo. Y opta por el tren porque lo otro ya lo conoce y sabe que es cuestión de tiempo. Vino el cónsul de su país y pidió que atestiguaran los del asalto. Él no quiso. Pensaba que estas cosas en México funcionaban como en El Salvador. Que si atestiguaba, en el mismo albergue le podían dar su merecido. Pero el cónsul le convence. Si Dios le trajo hasta acá, debe hacerlo. Se lo debe a su obsesión por llevar una vida buena, por recorrer el buen camino. Lo hace y descubre que se puede quedar aquí arreglando papeles para estar legal en México. Ya no habría necesidad de tren. El cuento con (probable) final feliz va a acercándose a su meta.

Pero siempre hay giros en el destino cuando todo parece ir mejor, cuando todo parece encauzarse. En una de las salidas al centro del pueblo, a la Plaza Garibaldi, a lo que todos los migrantes llaman el parque, ve a uno. De otra pandilla. Hizo que no lo conocía. Realmente, a fin de cuentas es otro. El pandillero no lo reconoce o hizo que no se acordaba de él. Piensa que ya lo tienen localizado. Sale corriendo aterrado en taxi hasta el albergue. Desde entonces no sale de aquí.

Me confiesa que dio un nombre falso en el albergue. En el registro informático que se hace a todo el que llega. Y que también se mueve con nombre falso para los demás. Hasta su tío, el que se quedó aquí, le llama por el nombre falso. Me lo dice. Agradezco el gesto, y rápidamente lo borro de mi cabeza para no acumular algo que no necesita nadie que archive en mi disco duro personal. Mejor dejar ese espacio para cualquier cosa, por muy inservible que sea. Por cosas como estas está vivo. Siempre ha sabido pensar. Cree haber ido un paso por delante de sus peligros. La intuición.

Con el paso de los días vuelve a valorar, en la espera para salir, mientras aguarda los papeles, en más opciones. En la verdadera opción. En lo que puede dar sentido a este cuento con (probable) final feliz. Su última opción antes de tirar de su tío en Washington y que le consiga un pollero. Su “novia”. Para que le eche una mano. Pero está estudiando y no puede. Aunque ella quisiera no puede. Y no está tan claro que quiera. Ahora sabe que lo “único” que tiene que hacer es esperar. Esperar pacientemente y cuando llegue el momento de “poner la huella”, preocuparse de conseguir dinero para llegar a la frontera. Allí le ayudará su tío. Ahora necesita dinero para llegar. Y el dinero es difícil de conseguir si tienes miedo a salir del albergue. En esas está. Esperando el (probable) final feliz de esta historia.

El (probable) final feliz que sería cruzarse en Washington DC con ella. Su sueño. Lo que verdaderamente le da fuerzas para seguir.

Mientras, me cuenta como no olvida a ella llorando en el techo de su casa. Después de la última discusión. Cuando ella le vio pasar y bajó a cantarle al oído una canción de Kalimba que dice algo así como que: Yo no quería quererte, pero al fin lo hago. La memoria es caprichosa, no hay ninguna canción de Kalimba que diga eso exactamente, pero en los cuentos con (probable) final feliz hay que hacer alguna concesión a variar datos para que todo quede más bonito...


Se abrazan y se va al día siguiente “Prométeme que no andas en nada malo” le pide ella, con lágrimas en los ojos. Y nunca se volvieron a ver después de aquello.

Ahora sólo queda pensar en que esta historia, a pesar de todo lo contado, tendrá un (probable) final feliz...





jueves, 13 de febrero de 2014

Historia de una foto (Volumen 3): El ruido de tus zapatos








De pequeño siempre quise tener una zapatería. Me encantaba que mamá me llevara a comprar zapatos porque no encontraba sensación mejor que la del zapatero agachado a mis pies cambiándome un zapato tras otro. Me sentía muy cómodo probándome zapato tras zapato hasta encontrar el que me quedaba bien y mejor se adaptaba a mis pies.

La Bestia no entiende de comodidades. No está preparada para pasajeros. Aunque siempre venga llena de ellos. Incluso hay vagones donde no se puede viajar porque, por si fueran pocos los peligros que ya hay en el viaje, si te montas en los que llevan materiales químicos, los gases que suben te pueden matar. Usualmente vienen vacíos esos vagones. Es curioso ver cómo en el techo de unos cuantos van hacinados casi sin espacio montones de migrantes, y de repente aparecen tres o cuatro con el techo vacío. Esos son los químicos. Además, por si fuera poco, algunos maquinistas se quejan de que la marcha de La Bestia se ralentiza porque hay gente que se sienta en los respiraderos y eso la hace funcionar peor.

Los zapatos son un bien muy preciado en el camino. Un zapato con la suela desgastada puede suponer un resbalón inadecuado. Si te resbalas de La Bestia puede acabar todo. Unos zapatos que no te ajusten bien puede impedir subir o bajar bien del tren o intentar huir cuando vienen a por ti y la única posibilidad es correr. Muchos llegan descalzos al albergue. Los zapatos son un bien tan preciado que es de las primeras cosas que pierde alguien al ser atracado. Después del dinero y sus credenciales, claro. Hay tantas historias de gente que dejan en ropa interior y se tienen que sentir afortunados porque no los han matado que ver una fila de pies calzados en lo alto de La Bestia es como ver los rayos de sol que se cuelan por cientos entre las ramas de los árboles de manera inesperada cualquier día de invierno.

Los zapatos son tan preciados y escasos que medio albergue va en chanclas. Cuando paseas por el mercado de los domingos en Ixtepec te das cuenta de por qué hay tantas chanclas en el albergue. Las más baratas y más duras. Entre los montones de zapatos de algún puesto del mercado -muy similares a cualquier mercadillo español salvo por el tamaño de los zapatos que es bastante menor- destacan unas sandalias cubiertas de tela y plástico, sufridas y con pinta de resistentes. Son el último grito.

De pequeño miraba a los limpiabotas. No me gustaba su trabajo, me parecía degradante. Aunque cuando era pequeño no sabía qué significaba la palabra degradante. Ni siquiera que existía. Supongo que son cosas de mi cabeza que ya estaba así de mal desde pequeñito. Pero desde entonces ya no me gustaba que alguien altanero pusiera sus zapatos a disposición de otro para que se afanara en lustrar, dar brillo a los zapatos, mientras tiene la mirada perdida o lee un periódico cómodamente sentado desde una posición de superioridad. Me gustaba que los zapateros me trajeran unos y otros zapatos hasta encontrar el adecuado pero detestaba el hecho de que existieran limpiabotas. He tenido un par de conversaciones en este tiempo con migrantes con pocos pesos en el bolsillo que esperan juntar unos cuantos para limpiar sus zapatos. Y dudan entre el limpiabotas o, por un poco más, comprar útiles para limpiarlos ellos mismos. Les duraría más tiempo. Podrían limpiarlos varias veces. Si los conservan. Tremenda duda. Extraña cuando ves la imagen de los pies colgando de La Bestia y piensas en lo que les espera en el camino una vez que esos zapatos, brillantes o no, tomen camino nuevamente para saltar sobre esa devorasueños.

La fila de zapatos de la foto traía a gente detrás. No se puede ver en la foto, peor tras esos pies calzados hay personas. Vidas, sueños, proyectos, ilusiones. En las estanterías de la zapatería a la que me llevaba mi madre y que tanto me gustaba de pequeño, había historias que yo nunca viviría a no ser que eligiera el par perfecto e indicado para ello. Años después vuelvo a mirar a los pies de la gente y pienso que no somos conscientes de la importancia que tiene ir bien calzados. No me gasto ni un duro en suelas porque siempre voy a dos metros del suelo, como diría La Cabra Mecánica y he perdido el gusto por ver al zapatero probándome un zapato tras otro. La fila de zapatos de la foto va mucho más alta. Pero también tararean. Igual que sin poesía la luna sólo sería la luna, unos zapatos sin caminar, sólo serían unos zapatos en el muestrario de la zapatería que tanto me gustaba de pequeño.





B.S.O. I: "Shalala" (La Cabra Mecánica)

B.S.O. II (Con postdata aclaratoria): Probablemente Con total seguridad esta canción de La Arrolladora Banda El Limón, "El ruido de tus zapatos", es la canción que más se escucha en estos momentos por el Istmo. Una canción de zapatos en una historia sobre zapatos. ¿Demasiado obvio? Quizás, pero no hay quién se quite esta rola (canción) de la cabeza. Una canción de banda, ese fenómeno que se ha producido en México en el cual la música de éxito actualmente está interpretada por bandas que hasta hace poco sólo tocaban música instrumental y que un buen día decidieron poner letra y un cantante a sus canciones. En ese momento todo cambió. Como cambia nuestro concepto de la geografía cuando vemos que el Mediterráneo de Serrat en los karaokes abarca de ARGENTINA hasta Estambul, el de ortografía cuando en Sin tu latido de Aute, HAY amor mío y, para nuestra desgracia, el de nuestras ilusiones personales cuando descubrimos que no hay canciones de Chiquetete...

El porqué sabemos todo esto será ya otra historia...

(No sabemos si con zapatos o no)


lunes, 10 de febrero de 2014

Mirando la vida pasar...




Esta es la historia de una iguana. Una de muchas, una de tantas. Historias e iguanas. Bueno, no de tantas iguanas, porque hemos visto muchas lagartijas, salamanquesas... Pero iguanas sólo una. Aunque llevemos tiempo persiguiendo una cantina donde comerla, puesto que dicen que está deliciosa y por esta zona se come. Pero no. Ni armadillo, ni escuincle, ni jaguar... Aunque sí huevos de tortuga o chapulines.

Es la historia de una iguana que apareció embarazada por el albergue y alguien la cazó. Incluso nos la pasamos de unos a otros sintiendo los huevos en su interior.



Cuando la vida se para y esperas algo, aunque no sepas lo que es, ves que los días son muy largos y que cualquier alteración de la rutina habitual es un regalo. Un regalo en forma de iguana.

Regalos para personas que están y a lo mejor ya ni van ni vienen. Porque muchos huyen y bastante tienen con sentirse seguros y arropados aquí. Porque muchos esperan legalidad para seguir camino pero saben que tardará y cada vez tienen más miedo a continuar.

Aunque lo peor es lo que ni siquiera pueden salir de aquí porque los esperan y sabemos que en cualquier momento, a la menor oportunidad, les van a hacer algo.




Les hablaría del caso de la chica que vino destrozada porque la perseguían para meterla en una trata de blancas y una vez aquí tuvo que aguantar que le ofrecieran tranquilamente, con mayor de las desfachateces, dinero a cambio de sexo. Sin llegar siquiera a la mayoría de edad. Y de cómo a esa persona, le encontraron un trabajo para servir comidas en una casa y en seguida se detectó a tiempo que intentaban prostituirla. Hoy está a salvo. Aparentemente. En otro lugar. Pero sabemos que es cuestión de tiempo que vuelva a tener un incidente desagradable. A fin de cuentas, hay lugares en el mundo donde ser bella es un verdadero problema. Pero no es de lo que toca hablar hoy.

Una guitarra o un balón de fútbol pueden ser más valiosos que algún centímetro más en aquel tablón que cayó del Titanic y en el que sólo cabía Kate Winslet por ello y llevó a la muerte a Leo Di Caprio.



Aquel chico que hablaba más en inglés que en castellano porque le parecía cool, que me llamaba Marvin por un amigo de los Estates que se parecía a mí y que tras hacer la primera llamada a su casa al llegar al albergue y preguntarle qué tal, sin más interés que por hablar de algo, nos agradeció profundamente y con gran alegría haber podido hacer la llamada porque le habían avisado que estaban esperándolo para matarlo. Y con una sonrisa casi perpetua y una voz de caricatura pilla, se pasó un tiempo por aquí, muy colaborador, riendo siempre y haciendo bromas, y contando alguna que otra historia cuando se le insistía y se veía en confianza, de sus tiempos en las maras y la huida luchando por su vida. Se fue a tomar la ruta del Pacífico cuando supo que en el albergue ya no estaba seguro porque le habían localizado e iban a estar a la expectativa en cuanto cometiera un error y pusiera un pie fuera del albergue.

Pero esta es la historia de la iguana. De esas cosas que pasan mientras la población del albergue mira la vida pasar, que alegran y entretienen. Esa iguana que poco después estaba reposando en las ramas altas del árbol. El árbol en torno al cual el Padre Alejandro Solalinde construyó el Albergue. El inicio de todo. Ese árbol que servía de cobijo a los que se acercaban al Padre cuando los llamaba porque en grupo, todos juntos podrían pasar las noches más seguros y vigilarían y cuidarían unos de otros. Alrededor de ese árbol que da tan buena sombra y cobija hasta a iguanas aburridas y embarazadas, se ha construido un albergue que es un verdadero hogar para muchas personas que no pueden estar en otro sitio. Un albergue donde aportamos nuestro granito de arena para que todo sea cada vez mejor y para que todos y todas lo vean un sitio acogedor y lo sientan como su casa, como es la idea del Padre Solalinde. Incluso realizando talleres educativos (Inglés, Educación Sexual, Manipulación de Alimentos, Animación a la Lectura...), lúdicos, deportivos, e incluso tocamos la guitarra, cantamos o “jugamos” al fútbol. 




Pero en este albergue suena ahora “Oye mi amor” de Maná por un gran altavoz que tienen los migrantes a su disposición y en el que meten sus tarjetas de memoria con música. Y así miran la vida pasar, pero de verdad, con Maná no se puede... 


(Interrupción del relato provocada por un abandono momentáneo del teclado para conseguir que cambien la canción mediante ruegos, sobornos e incluso amenazas).


Esta es la historia de una iguana a la que conocimos porque alguien en uno de esos momentos de mirar la vida pasar, subió a un tejado y la capturó. Luego nos hicimos fotos, nos reímos, y se perdió por las ramas altas del árbol a reposar. Tumbada sobre su barriga llena de huevos y las patas colgando por los lados de la rama.

Por ambos lados. Como mira un muchacho del albergue cuando oye la palabra cárcel.

- Eso no lo digas ni en broma.
- ¿El qué?
- Lo de ir a la cárcel... Ni en broma, con esas cosas no se juegan.

No sabemos por qué, pero estuvo cuatro años en una cárcel salvadoreña. Tres de ellos, durmiendo bajo la cama. El último ya consiguió una cama. No sabemos ni por qué estuvo en la cárcel, ni cómo consiguió la cama a los tres años, pero hay cosas que ni en broma se pueden preguntar.


(Nuestro querido Gabino, que vino a pasar sus vacaciones echando una mano como voluntario en el Albergue en su primera visión de La Bestia. La primera visión: Un clásico de las emociones mirando la vida pasar)


Como el significado de ciertos tatuajes. Como la diferencia entre ciertos tipos de rosarios. Nos han enseñado a distinguir algunos rosarios. Sobre todo los de Matamoros. Esos son los que reconocen los mareros. Los que saben de ciertos temas. Los que los ven y asumen que quien lo lleva es uno de los suyos o alguien que sabe quiénes son los suyos. Da cierto miedo empezar a mirar lo que cuelga de los cuellos e imaginarse personalidades y actividades. Sobre todo si estás sacando dinero del banco y los de la ventanilla de al lado sacan diez veces más que tú, tienen algún que otro tatuaje inequívoco y cuelgan de sus cuellos rosarios típicos de Matamoros. Por cierto, los más bonitos que se ven...

Dani me ha dicho que vuelven a subir las temperaturas mañana. Volvemos a rondar los 35. No me ha preocupado. No bajamos mucho más cuando en teoría “no hace tanto calor” o “refresca por la noche”. El calor acrecienta la sensación de estar mirando la vida pasar porque la actividad se ralentiza, el sudor aparece, las ganas de nada se hacen con el poder de la voluntad...

Esa voluntad que lleva a alguno a salir de su país corriendo porque sabe que van a intentar matarlo en breve. Como aquel que echa la culpa de todo a las mujeres. De su dicha y su desdicha. De cómo se puede perder una carrera militar muy avanzada por acostarse con la hija de 13 años de su coronel, preguntarle qué puede hacer para ayudarlo por ser un tipo de su total confianza y tener el encargo de matar al responsable. O sea, de matarse a sí mismo aunque el coronel no lo sepa. Por eso se huye rápido y con lo puesto. Porque puedes tener a alguien que te está esperando arriba pero que cuando ve que estás subiendo por fin, no te ayuda y te da evasivas a cualquier petición de ayuda, sobre todo monetaria. O te vuelves porque sabes que ya no merece la pena cruzar porque todas las veces que lo has hecho ha salido mal y te resignas a pensar que a la vuelta, tu país, quizás no sea tan malo. Esa voluntad que se intenta comprar por unos pesos para dar información sobre alguien o para sacar a alguna chica del albergue con cualquier excusa para que una vez allí sea raptada y usada en una red de prostitución. O simplemente asumir que robar o prostituirse no estuvo mal porque era el único escenario posible en el que tenías posibilidades de seguir con vida.

Son las cosas del día a día. Cuando alguien te llora porque su vida está a millones de kilómetros de lo que debería ser una vida normal, medio decente o con cierta esperanza, al verse solo y reconocer la derrota en el momento en que nadie le ve reconocer la derrota. Porque aquí las derrotas sólo sirven para dar lástima y aprovecharse de la ayuda, y pocos pagan el precio de aceptarlas cuando es más fácil mostrarse duro, entero, seguro y más fuerte que nadie. Simplemente, asumir que el alcohol es un problema para ti, cuando ni siquiera tienes para costeartelo, es una derrota por goleada.




Suena “La Fiesta Pagana” de Mago de Oz. Imagino a miles de fresas (pijos) en la fiesta del pueblo cantándola a voces como si fuera con ellos en la caseta del PP, pero lo que veo es a varios migrantes sentados tras un altavoz de dimensiones extrañas, mayor de los que puedes encontrar en muchos bares españoles. 

Tranquilos.
Riendo.
Fumando.
Retándose.
Mirando.

Mirando pasar con sus muletas al chico al que apuntaron un dedo del pie hace poco por estar cangrenado. Escuchando su explicación para los que no la saben.

- Vagando por el mundo sin un dedo toda la vida. 
- Pero vagando por el mundo, mientras se pueda vagar...



Porque como decía Serrat en “Vagabundear”,

Es hermoso partir sin decir adiós,
serena la mirada, firme la voz.
Si de veras me buscas, me encontrarás,
es muy largo el camino para mirar atrás.”


Mirando...

Sobre todo mirando la vida pasar...



¿Y la iguana? ¿Qué pasó con la iguana? Porque esta es la historia de una iguana. Aunque la iguana lleve dos o tres días en la rama tumbada sobre su tripa llena de huevos, con las patas colgando hacia abajo, mirando la vida del albergue pasar, desde las alturas. 

Todos tenemos claro que ya no mira. Que su vida ya pasó y está allí esperando sin ser que algún viento o alguien la baje. Pero aquí abajo la vida sigue. Y seguimos mirándola pasar...



B.S.O. I: "Vagabundear" (Joan Manuel Serrat)

B.S.O. II: "Miro la vida pasar" (Fangoria)